•  Asociación Extremeña Ganaderos Del Reino

Nunca imaginó Federico García Lorca lo utilizado que sería en diciembre de 2019 el conocido verso de su Romancero Gitano, escrito allá por 1924. Porque ahora sí que nos quieren verdes a todos nosotros, en especial al sector agrario, al que se le exige reverdecer cada día más (a cambio de casi nada), en beneficio de la población urbanita, aunque también se le exige producir alimentos saludables y a un precio asequible para abastecer a los ciudadanos de la UE (uno de los principios del Tratado de Roma, fundacional de la entonces Comunidad Económica Europea). Y todo ello a costa de reducir el empleo de los medios de producción (gasóleo y maquinaria, fertilizantes, fito y zoosanitarios, etc.) que la investigación y la tecnología han puesto al servicio del sector agrario. ¿Como se pueden compaginar ambas exigencias?

 Estamos viviendo y sufriendo a lo largo de este mes de diciembre de 2019, un aluvión de noticias e informaciones, más o menos sesgadas casi siempre, relacionadas con la Cumbre del Clima (COP25), que se acaba de celebrar en Madrid, sin acuerdos importantes y con asistencia multitudinaria, que suponemos pagada con dinero público de los distintos países y organizaciones participantes. Y aprovechando el momento de mayor sensibilidad de la opinión pública, especialmente la urbana, se filtran acusaciones al sector agrario generalmente infundadas, de ser uno de los mayores contribuyentes a las emisiones de CO2 a la atmosfera.

 Es cierto que la agricultura juega un papel clave ante la llamada crisis climática, dada su triple condición de víctima de sus consecuencias (sequías, inundaciones, etc.); de ser la responsable parcial de las emisiones de CO2 y, también al mismo tiempo, ser un actor fundamental por el efecto sumidero de los cultivos y los pastos.

 Pero el papel de la agricultura se mueve siempre en medio de una guerra de cifras sobre la participación que le corresponde en las emisiones de gases a la atmósfera. Así, según fuentes de la ONU, a nuestro sector le correspondería el 23% de las emisiones globales de gases efecto invernadero. Por encima se situaría solo el sector energético (32%), el 18% la industria y el 14% el transporte, siempre según la ONU. Pero, por el contrario, la UE sitúa a la agricultura en un 11,5% de participación, muy por debajo de la energía, del transporte y de la industria, y solo similar al sector terciario. ¿A quien hay que creer? ¿Cómo se cuantifica?

 Por ejemplo, el Ministerio de Transición Ecológica en su avance de 2018 de los gases de efecto invernadero, cifra tan solo en un 8% la responsabilidad atribuida a la ganadería del total de los gases emitidos, siendo el vacuno de carne, al que se le persigue cada vez más, tan solo responsable del 3,5% del total. En esta cuantificación encabeza la lista contaminante el transporte (27%), la generación de energía eléctrica (17%), la industria (19%) y los servicios (9%).

 Asegurar que las vacas son más culpables del cambio climático que los aviones o las centrales térmicas de carbón parece una broma, pero con la que se pretende manipular y confundir interesadamente a la opinión pública.

 Es fácil demonizar al campo, porque la mayoría de la población vive en las ciudades, y además, en este ámbito urbano se consume de todo y de forma exagerada, exigiendo al sector primario intensificar las producciones para asegurar el abastecimiento, a la vez que, contradictoriamente, se le pide rebajar al mínimo el uso de los inputs de producción.

 No cabe ninguna duda que, debido a la presión política que ha imperado en la pasada Cumbre del Clima y a los vientos verdes que soplan, la nueva Presidenta de la Comisión de la UE, presentó el pasado día 11 de diciembre el borrador del Acuerdo o Pacto Verde Europeo (Green Deal), cuyo objetivo principal es conseguir que la Unión se convierta en una economía neutra en emisiones de CO2 en 2050, aplicando un mecanismo de transición que pretende movilizar 100.000 millones de euros para ayudas a los países que tengan mayores dificultades para la transición. El Pacto Verde recoge que en la primavera de 2020, la Comisión detallará su plan para desarrollar una agricultura y pesca más sostenibles, que reduzcan el uso de pesticidas químicos, fertilizantes y antibióticos, que favorezcan una dieta más saludable y contribuyan a proteger la diversidad, junto con otras iniciativas sobre gestión del agua y desechos que, entre otras muchas revisiones legislativas, complementen el plan de choque europeo contra la crisis climática.

 ¿Cómo afectará todo ello a la próxima revisión de la PAC del 2020 en adelante? Seguro que cada vez nos quieren más verdes, pero sin compensaciones económicas a cambio.

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